Encuentros de autostop. Relato I Ruta 9, Uruguay Diciembre 2016.
El
sol quema en la carretera, Como siempre salimos más tarde de lo
presupuestado pero no me importa. En este país tan chiquito las
distancias siempre parecen abordables. Vamos al Cabo y esperamos
poder entrar de día. La última vez caminamos de noche, y nos metimos a
más pantanos que dunas de arena. Alcanzar a ver la puesta de sol. Esa es
la ambición máxima.
A
la orilla del camino somos tres. A, F y yo. Un viaje completamente
improvisado. Cuando llegamos al punto de espera, nos tiramos al suelo
cada uno absorto en ese micro espacio en que se vuelven las horas cuando
esperas un auto.
Me
pongo a jugar con el pelo de F, se lo lleno de flores. Él esta más
silencioso que de costumbre, nisiquiera a tomado el cuadernito en donde
se pasa días escribiendo un drama, que en ese entonces no alcanza a
visualizar el destino que significa. Cada dreadlock esta lleno de
flores, le tomó una foto antes de decidir que es mejor que nos
separemos. Yo caminaré adelante, mientras los chicos se quedan atrás
esperando.
Cojo
la mochila y no alcanzo a caminar un kilómetro cuando un camión se
detiene, Me subo impulsivamente ,sin miedo, le digo que voy hacia el
Cabo, " Vem aí, voce va conmigo" me dice en un portuñol que me llena de nostalgia, recordandome los meses vividos en Brazil.
M, tiene 28 años y trabaja conduciendo caminones hace diez. Comenzó a manejar Montevideo- Sao Paulo desde hace tres años
,el camino es pesado, pero le gusta. "No me meto nada ", me
dice mientras se toca la nariz en ese gesto que ya he visto un par de
veces.
En una hora me contó de su vida, de la pequeña
que lo espera en Sao Paulo, de su mujer a la que ama mucho, pero
que las cosas no iban bien. "Vocé namora?" preguntó y por un momento no
supe que responder. "Namoro sim, e alemão", contesté casi por inercia.
Me dijo que teniendo un novio no debería viajar sola. Que él nunca se
separaría de mi. Le volví a preguntar sobre su niña,
para evitar la tensión que me generaba hablar de mi vida. Me mostró un vídeo de ella bailando ballet y volvió a decir
que la extrañaba. Los dos mirabamos por la ventana algo nostalgicos. Yo sin saber muy bien que es lo que estaba extrañando.
Estacionamos
a la orilla del camino donde otros tres camiones carga-autos estaban
detenidos. "Vamos a almoçar" anunció, además quiero presentarles esta
chilena tan linda a mis amigos, agregó con una sonrisa entre tímida y
coqueta.
Por
un momento mi corazón dió un vuelco; detenerme en medio de la nada, con
cuatro hombres desconocidos, no siempre suena a buena idea. Pero la
sonrisa de M. me llamaba y las ganas de trepar los containers de los
camiones vacíos parecía una buena forma de entretención para media
tarde.
Eran cuatro hombres viejos que me trataban como una adolescente de quince años.Me alimentaron, compartieron su bebida y sus consejos, se interesaron por mi vida en Alemania y me hablaban con el cariño
que hablaría un tío a alguna de sus sobrinas. Nada parecido a algún
miedo pre infundado.
Revolvía los espaguettis intentando separar la carne de la pasta, mientras mi vaso de jugo en polvo se llenaba casi por arte de magia cada vez que lo acababa. Ninguno me dejo lavar los platos, o ordenar las sillas. Solo me pidieron una foto a cambio y que les hablara algo en alemán. Dije todas las palabras más raras que sabía sin la presión juzgadora de un oído entrenado. Nos reimos, nos abrazamos, me despedí con dos besos de cada uno con esa certeza de los encuentros fugaces, de la primera vez que también es la última.
Revolvía los espaguettis intentando separar la carne de la pasta, mientras mi vaso de jugo en polvo se llenaba casi por arte de magia cada vez que lo acababa. Ninguno me dejo lavar los platos, o ordenar las sillas. Solo me pidieron una foto a cambio y que les hablara algo en alemán. Dije todas las palabras más raras que sabía sin la presión juzgadora de un oído entrenado. Nos reimos, nos abrazamos, me despedí con dos besos de cada uno con esa certeza de los encuentros fugaces, de la primera vez que también es la última.
M.
me invito a subir una vez más al camión, aún nos quedaba una hora hasta
el cruce dónde probablemente encontraría a mis amigos para seguir ruta.
M.comenzó a hablarme de su vida, de sus sueños,
de sus anhelos, de su mujer que no lo dejaba tener amigas y que siempre
estaba celosa, de su hija, siempre de su hija. Desgranando la soledad
en cada kilómetro avanzado. Yo lo escuchaba, haciendo alguna pregunta
que sólo servía de conector entre una frase y otra. M. tenía mi misma
edad pero llevaba una vida completamente diferente. Me dijo que soñaba
con cruzar el oceano, con ver la nieve, con subirse a un avión y ver el
mundo desde arriba. "Me invitas?" me dijo . "Estas siempre invitado"
contesté. Intentó tomarme la mano y rápidamente tomé mi celular para ver
una vez más la ruta. Pense en F, pensé en S viendo las primeras nevadas
en alemania y en M que me sonreía de reojo cada vez que le desvíaba la
mirada. El camino no siempre desenreda la cabeza, pero al menos te ayuda
a desatar cabos.
"Bonita, falta poco para que te bajes y quiero darte algo" murmullo un poco tímido. "No ,porfavor -contesté- no tienes que darme nada, soy yo la que debo estar agradecida" le dije , mientras decidía construirle un pajarito de origami. Siguió con la vista al frente y volvio a repetir. "Porfavor aceptala" y se saco una pulsera que llevaba en su muñeca. "Es para tí , para que recuerdes a tu amigo brasilero" me dijo. Intenté rechazarla pero sus ojos me lo impedían, me beso la mano, me deseo suerte y se estaciono al otro lado del cruce, "Buen camino, envíame alguna foto de la nieve en Alemania".
De un salto me baje del camión, con esa ansiedad que dan las nuevas esperas, moví mi mano en señal de despedida y cruce los dedos para que mis compañeros estuvieran cerca y evitarme otro tramo de espera en solitario.
Me saqué la pulsera de bronce recién puesta y la guarde en mi bolsillo. A lo lejos divisé una mochila naranja: eran F y A que me esperaban cansados, sentados en la acera.
Aún nos quedaban unos cuantos kilómetros y el atardecer era solo en un par de horas. Soplaba un poco de viento y yo solo pensaba en las dunas de arenas. El viento de la carretera, ayudaba a limpiar mis ideas. En cada kilómetro avanzado, el bucle de pensamientos al que estoy acostumbrada, parece tomar un descanso, y cada una de las imagenes que danzan en mi cabeza se quedan quietecitas por un momento. F no sonríe, A. esta cansado. Vera algún día M la nieve?
Luego de dos camionetas que nos dejaron completamente empolvados, llegamos a la entrada del parque. El atardecer nos encontró caminando entre las dunas. Hicimos todo el camino en silencio, cada uno absorto en sus pensamientos, imposibilitados de verbalizar algo en el momento. Porque S esta tan lejos? Logrará M ver la nieve algún día? Porque F no sonríe? llegamos a sentarnos a la orilla de la playa cuando la oscuridad nos regalaba un millón de estrellas.
"Bonita, falta poco para que te bajes y quiero darte algo" murmullo un poco tímido. "No ,porfavor -contesté- no tienes que darme nada, soy yo la que debo estar agradecida" le dije , mientras decidía construirle un pajarito de origami. Siguió con la vista al frente y volvio a repetir. "Porfavor aceptala" y se saco una pulsera que llevaba en su muñeca. "Es para tí , para que recuerdes a tu amigo brasilero" me dijo. Intenté rechazarla pero sus ojos me lo impedían, me beso la mano, me deseo suerte y se estaciono al otro lado del cruce, "Buen camino, envíame alguna foto de la nieve en Alemania".
De un salto me baje del camión, con esa ansiedad que dan las nuevas esperas, moví mi mano en señal de despedida y cruce los dedos para que mis compañeros estuvieran cerca y evitarme otro tramo de espera en solitario.
Me saqué la pulsera de bronce recién puesta y la guarde en mi bolsillo. A lo lejos divisé una mochila naranja: eran F y A que me esperaban cansados, sentados en la acera.
Aún nos quedaban unos cuantos kilómetros y el atardecer era solo en un par de horas. Soplaba un poco de viento y yo solo pensaba en las dunas de arenas. El viento de la carretera, ayudaba a limpiar mis ideas. En cada kilómetro avanzado, el bucle de pensamientos al que estoy acostumbrada, parece tomar un descanso, y cada una de las imagenes que danzan en mi cabeza se quedan quietecitas por un momento. F no sonríe, A. esta cansado. Vera algún día M la nieve?
Luego de dos camionetas que nos dejaron completamente empolvados, llegamos a la entrada del parque. El atardecer nos encontró caminando entre las dunas. Hicimos todo el camino en silencio, cada uno absorto en sus pensamientos, imposibilitados de verbalizar algo en el momento. Porque S esta tan lejos? Logrará M ver la nieve algún día? Porque F no sonríe? llegamos a sentarnos a la orilla de la playa cuando la oscuridad nos regalaba un millón de estrellas.
Como
le enviaría fotos de la nieve a M.? A pesar de vivir en un mundo
facilmente conectado habíamos dejado esta conexión al azar. Un encuentro
de carretera, tres horas que fueron suficientes para compartir una vida y hablar de nuestros sueños, una pulsera que viajaría en avión y sentiría el frio de
la nieve, un pajarito de origami que se balancearía cuatro veces al mes
entre Montevideo y Sao Paulo en la cabina de un camión que carga autos.
La
magia de la futilidad de un encuentro que se resignifica en cada
detalle. Relaciones que se creen imperecederas pero que sólo con pequeñas acciones pierden su significado. La excepción que se vuelve eterna , sólo por su poder de irrepetible.
A veces cuando todo se vuelve blanco, pienso en M.
A veces cuando todo se vuelve blanco, pienso en M.
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