Abril, 2020.


Quiero comenzar este texto con la premisa de que hablar nunca fue mi fuerte y que otros idiomas jamás me interesaron. La única hora semanal que tuve a través de ocho años de escuela no me motivaron a aprender inglés y la burla de mi profesora de francés a los 12 años por mi incapacidad de pronunciar correctamente La Marseillaise, me convencieron hasta el día de hoy que jamás aprenderé el idioma. A parte de mi abuelo y sus dichos en latín e italiano y los cassettes en inglés de mi madre jamás conocí a alguien que hablara otro idioma hasta que entre a la Universidad.

A los diez años el inglés era el idioma de los Backstreet boys y las Spice Girls, esas bandas que todos en el colegio imitaban y que yo seguía como forma de sentirme parte , mientras en secreto  prefería escuchar a Shakira o la radio de música latina, porque no me hacía sentido esa melodía pegajosa si las palabras no me decían nada. Por más que la profesora de inglés intentara motivarnos a estudiar el idioma traduciéndonos las canciones, me parecían faltas de sentido y poesía, con metáforas simples y declaraciones de amor obvias y repetitivas. Por el resto de los años escolares el inglés represantaría el terror de hacer una obra de teatro o presentaciones delante de todo el colegio, así que lo catologué como cosa de nerds que lo aprendían jugando vídeo juegos, y me negué a cualquier acercamiento con el idioma más allá de las interminables listas de verbos o ejercicios de completar que hacíamos en un libro por 30 minutos a la semana.

Al igual que un montón de cosas todo cambió cuando fui a la Universidad. De la pequeña burbuja en la que vivía en mi pueblo,terminé en el centro del clasismo y arribismo chileno. Viviendo en una residencia Opus Dei, cursando mi pregrado en una Universidad de los Legionarios de Cristo.Entonces ahora el inglés era una forma de status. La mitad de mi clase lo hablaba fluido o lo había aprendido bien en el colegio. Un par hablaba francés, otro par alemán. Y yo a pesar de ocho años rellenando guías de oraciones con suerte sabía pronunciar el verbo To be. En la casa que vivía las cosas no eran diferentes,constantemente la gente hablaba en anglicismo que yo no tenía mucha idea que significan, de viajes al extranjero para aprender idiomas, de grupos en inglés que yo no había escuchado y que dificilmente podía pronunciar bien sin concentrarme.

Temprano entendí que el saber otros idiomas también era una forma de status y entonces comencé a evitar a toda costa que se notara mi desconocimiento del mismo. Mentí descaradamente frente al conocimiento de algunas canciones, evité a como dé lugar los karaokes con música en inglés y me aboqué laboriosamente al estudio del lenguaje en mis textos científicos, traduciendo interminables papers palabra por palabra hasta llegar a ser la mejor de mi clase en el ramo de inglés a pesar de que muchos lo hablaran fluentemente. Pero en ese curso no teníamos que hablar, todo era acerca de la compresión y lectura de textos científicos en idioma extrajero. Y quizás convencida por la frase que tanto repetía la profesora “hay un montón de información en inglés allá afuera  que si no saben el idioma no podrán acceder”, por primera vez la curiosidad de aprehender esa realidad de mundos desconocidos escritos en otra lengua, infundieron en mí las ganas de aprender un nuevo idioma.

Entonces me puse a leer todos los textos científicos que encontraba en inglés, hasta un par de libros intente leer en el idioma. La eximición de mi curso de inglés en la Universidad me dotó de confianza, tanto así que al salir de la Universidad escribí en mi Curriculum,inglés intermedio sin nunca haberlo hablado.

La tímidez casi patológica que me embargaba al hablar mi propio idioma , me hacía imposible pensar la posibilidad de alguna vez tener que comunicarme en una lengua extranjera. En ese momento mi conocimiento del extranjero eran los libros que leía, la cuna de todos esos autores que debore incansablemente en los viajes eternos en micro a la casa de mi novio, donde al llegar seguíamos hablando de los mismos, leyendo poemas, sumidos en un constante dialogo drámatico, impostado quizás por tanta lectura y música .

En ese tiempo escribía mucho y hablaba poco. La escritura se volvió parte de mi identidad impulsada por la validación de mi novio y mi amiga que muchas veces aún acostadas en la misma pieza, elaboraba extensas, agudas y amorosas respuestas y reflexiones a mis intrincandos y autoreferentes post en el blog que escribía. Recuerdo largas juntas de viernes por las noches en dónde me pasaba horas dibujando, rompiendo papelitos o trenzando el pelo de alguien mientras escuchaba a mi novio y amigos hablar. Luego desvelarme la noche entera escribiendole cartas a él o a mi hermana o elaborando enormes post en el blog o en fotolog la red social de la epoca.

Parte de todo eso comenzó a diluirse cuando nos separamos con mi novio y un año más tarde  viajé sola al extranjero.

Mi primer destino fue Brazil motivada por un escapismo improvisado. Nunca pensé en que no sabía el idioma, pensaba que mi nivel intermedio de inglés me ayudaría. La increíble conexión que había construido trabajando con niños y adultos no verbales , sumado a la dictadura y el control que sometía en mi el perfecto orador del que me había enamorado me hacían despreciar aún más la comunicación verbal.

En Brasil mi falta de idioma no fue nunca un problema. No recuerdo un lugar donde pude ser feliz tan facilmente y dónde pude actuar tan auténtica, alejada por primera vez de todos los constructos y barreras que mi propio idioma había construído.Bailaba en los clubs y besaba a todos los chicos que encontraba, ya no tenía miedo mientras contaba mis planes en un portuñol improvisado, sumándole palabras nuevas a mi español mientras mudaba un poco mi acento completamente influenciada por la tonada brasilera y el acento de mi nuevo amigo uruguayo. No tarde demasiado en asimilar el idioma y en un par de meses había leído dos libros, podía cantar el idioma y me sentía lo suficientemente segura en esa realidad construida en una nueva lengua. No regresé a Chile luego de los dos meses previamente establecidos y seguí viajando, deje de escribir, fascinada por este nuevo descubrimiento del lenguaje oral, mezclando palabras,acentos, construyéndome denuevo en ese país dónde nadie me conocía.

Todos parecían respetarme, apreciarme , quererme solo por ser quien era, independiente de mi inglés escaso, de mi falso chileno carente de garabatos debido al estricto uso de lenguaje formal durante toda mi vida, de mi portuñol rapido y enredado.

Grande fue mi desilución cuando ocho meses mas tarde decidí viajar a Europa y otra vez el lenguaje oral era medidor de respeto, de status.  Entonces toda la seguridad construida, luego de dos semanas se esfumó por completo,otra vez me refugié en la poesía, en libros antiguos, en interminables mails y entradas de blogs jamás publicadas. “Es una falta de respeto por los locales viajar al país sin saber el idioma” “Pero has dicho que sabes inglés  como es que no entiendes?”. Me parecía absurdo que el respeto se midiera en el par de palabras correctas que pudieran salir de mi boca. Como si el hablar como una niña de cinco años no tuviera validez alguna. Como si todos aquellos que no pueden hablar no fueran parte de esa sociedad. Me parecía dificil de entenderlo principalmente por que en ese entonces había aprendido más de personas incapaces de pronunciar palabras y la gente a la que más admiraba jamás había escuchado hablar.

Mi incapacidad de hablar fluente otros idiomas abrió un abismo entre ellos y yo. Entre mi yo social y mi verdadero yo. Entre esa que era y la que quería ser. En mis ansias de conexión y la imposibilidad de expresarme.

Luego de descubrir el placer de la oralidad , eso fue lo primero que me hizo falta. Incapaz de actuar en las situaciones cotidianas: ir a comprar, preguntar la hora, pedir algo se volvieron tareas tan difíciles como cuando el temblor de mis piernas y el rojo de mi cara me impedian hacerlo en mi niñez y adolescencia.

El abismo se hacía insondable y luego de la oralidad, me empezaron a faltar las letras, se escaparon de mis dedos como si el no escucharlas hicieran que se fueran borrando, al cabo de unos meses cuando todo lo que tenía para leer en español se había acabado, la compañia de ese mundo escrito en el que solía refugiarme también se perdió. Y entonces empecé a dudar de quién era. Una parte de mi identidad se perdió mientras mi día transcurría en inglés y el alemán fue tomando parte de mi lenguaje. Esa mezcla de idiomas al contrario de lo que hizo el portuñol no construían en mi una nueva identidad, si no que diluían la mía.

Aprendía a comprar en el supermecado, a hacer trámites, a leer las noticias, pero era incapaz de traducir mis sentimientos, mis deseos.

Aprendí a pedir mi café en alemán, leo las noticias en inglés y alemán,consumo la mayoría del contenido digital y la música en inglés, aprendí a renovar mi visa y un número interminables de trámites en alemán, tomé clases de alemán, hablaba con mis flatmates en ingles, pero seguía emocionandome y maldiciendo en español y cuando el éxtasis, la pena o la rabia lo toman todo, es el español el que se toma también mi boca independiente si mi interlocutor lo comprende o no.

Ahora a casi cinco años de ese nuevo comienzo, no estoy segura quien soy en otros idiomas. Me comunico de manera segura  en español , inglés y alemán displiciente de cualquier mirada que intente juzgar mi manera de pronunciar o la creación al azar de verbos y adjetivos. Se portugés aunque no he vuelto a hablarlo mas que cuando canto canciones a todo pulmón o cuando estoy borracha, amo el italiano y creo dialogos imaginarios en mi cabez, con las pocas frases y palabras que se , aprendidas de películas y vídeos que miro en internet,se decir gracias en otro par de idiomas ,pero sigo sintiendo, follando, maldiciendo y amando en español.

La oralidad ha vuelto a perder importancia en mi, exenta de la ansiedad de conectar a través de mis palabras disfruto el silencio en medio de conversaciones. Aunque ahora por fin podría hacer intervenciones prefiero callarme y concentrarme en el sonido de las voces, en lo suave del pelo de alguién, así como hace diez años cuando mis amigos hablaban de dialéctica,estética y poesía mientras yo me perdía en los rulos rojos de mi amiga. O quizás simplemente no puedo hablar cuando mis interlocutores se multiplican.

La mayor conexión la siento cuando miro a los ojos de mi perra aunque ninguna de las dos hable el mismo idioma y cuando encuentro un par de humanos capaces  de mirar así a los ojos y hablarme. La escritura volvió a mis dedos a modo de terapia, conexión  y poesía.De alguna manera la nueva construcción de mi identidad a través del lenguaje la sentía recuperada.

Pero la lectura se había convertido solo en un hábito que no quería abandonar y no en ese extásis de palabras en las que solía perderme. Los libros en inglés me llamaban por su trama como quien mira la historia en una película pero no logra emocionarse por los planos y fotografía. Los libros en alemán eran un constante descubrir nuevas palabras, nuevos verbos,borrando por completo la experiencia de deleite de fluir letra por letra, página por página. Y los libros en español eran un bien escaso, normalmente devorados en un par de días. Hasta una semana atrás.

 Hace una semana decidida a dejar atrás la melaconlía que siempre envolvieron las palabras, he comprado un e-book. Un libro sin olor, sin portada, sin colores. Un libro que no tiene peso y que podría facilmente poner en el bolsillo grande de mi chaqueta. Un libro lleno de cientos, miles, millones de palabras en español. Un libro exento de todo romanticismo pero que me devolvio el placer de leer, devorándome dos libros en un fin de semana como quien casi ha muerto de hambre por ya demasiado tiempo.Saboreando las palabras, emocionándome, llorando de la risa  y la pena con esa identificación cotidiana de una conexión que pensé olvidada. Saltando letra por letra gracias a la melodía y la métrica de las palabras perfectamente pronunciadas.

No sé quien soy en otro idioma, pero si se que escribo, siento,follo y leo en español.  En castellano. Nunca me siento más viva que cuando hablo castellano. Todo lo que me hace vibrar viene con el idioma que me enseño mi madre. Y al igual que los textos que leía en la universidad en inglés, leer en otro idioma es lo que más me motiva de ese otro mundo.La posibilidad de entender la realidad en esas otras palabras aunque sea incapaz de pronunciarlas, aunque mi acento denote que esas palabras jamás serán mías.

La oralidad no me importa, o me rebelo frente a la tiranía de la comunicación hablada como el método más efectivo y válido. En una sociedad construída a través de la interacción verbal,donde las palabras se utilizan para someter a unos y ensalzar a otros, dónde el que habla ,más y más fuerte es más respetado, donde mirarse a los ojos en silencio o estar juntos sin decir nada parece una pérdida de tiempo o algo demasiado raro, yo me reflejo en la mirada con la boca cerrada, en el dibujo del lenguaje, en el sumergirme en el sonido de otras letras, de otras voces, otro tonos, aunque mi lengua sea incapaz de materializarlas y repetirlas.

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